Los secretos medicinales del cambur

Orquídea Pérez, recién graduada en la mención Química y Biología de la Escuela de Educación de la UCAB, dedicó su trabajo de grado a indagar sobre los conocimientos tradicionales que otorgan a las musáceas una acción terapéutica

Marielba Núñez

Aún se necesitan estudios científicos para determinar la acción terapéutica del fruto
Aún se necesitan estudios científicos para determinar la acción terapéutica del fruto

Una experiencia difícil que Orquídea Pérez vivió cuando tenía apenas 6 años se convirtió en una de las claves de su vocación como científica. A su mamá le diagnosticaron cáncer de seno y, en su lucha contra la enfermedad -de la que salió bien librada, aunque los pronósticos no eran buenos- además de someterse a quimioterapia y cirugía, también echó mano de la sabiduría popular. Entre otras cosas, tomó disciplinadamente, todos los días, en ayunas, un licuado hecho a base del seudotallo del cambur manzano.

Tres lustros después de aquel episodio, en la mente de Orquídea seguía viva la pregunta de si había alguna base científica que pudiera sustentar el uso de aquel preparado como un remedio natural. El resultado de esa curiosidad fue su tesis de grado para obtener el título de licenciada en Educación, mención Biología y Química, en la Universidad Católica Andrés Bello, que recibió en junio.

La investigación la realizó en el Laboratorio de Biotecnología Agrícola de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, donde actualmente se desempeña como docente investigador. «Cuando era estudiante, le planteé mi idea de tesis al profesor Rafael Muñiz, de la UCAB, diciéndole que sabía que era algo descabellado. El me dijo: ‘En ciencia no hay ideas locas’, y me puso en contacto con la profesora del Instituto de Estudios Científicos y Tecnológicos de la UNESR Iselen Trujillo, experta en el área que me interesaba».

Luego de un primer encuentro informal, ella le recomendó realizar un estudio etnobotánico, en el que se indagara sobre los usos que las comunidades rurales dan a las musáceas -la familia de las plantas a la que pertenecen el cambur y el plátano-, no sólo desde el punto de vista medicinal, sino también alimenticio y de otro tipo. Esto permitiría hacer una correlación del conocimiento técnico con el tradicional, como punto de partida de su investigación.

Fue así como Pérez comenzó a interactuar con comunidades rurales. Una de las que visitó fue Cocorote, en el estado Miranda, donde le impresionó la vida sencilla de las personas que conoció, así como su calidez. En Laguneta de la Montaña, otro de los sectores que visitó, habló con personas de edad avanzada, que le confiaban que, en lugar de ir al médico, preferían prepararse tés medicinales.

En Maracay le hizo la encuesta a los trabajadores del Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas. «Lo que yo buscaba era determinar los usos más significativos que le daban al cambur manzano y al cambur pineo gigante; quería ver si específicamente ellos usaban esas especies con fines medicinales. Con la encuesta, encontré un universo de cosas. Por ejemplo, en Aragua le dan más usos alimenticios que en la zona de Miranda que visité, quizás porque hay un poco más de producción, aunque se debe que tomar en cuenta que no estuve en zonas como Barlovento o Higuerote».

También encontró que eran frecuentes los usos medicinales, como la utilización de la pulpa y el seudotallo de los cambures contra problemas digestivos o la cáscara como cicatrizante. Como cosa curiosa, luego pudo consultar un artículo científico que estudiaba precisamente esa última propiedad del fruto.

Deseos realizados

En el laboratorio de biotecnología del Inia realizó buena parte del trabajo experimental de la tesis. Fueron 8 meses intensos de trabajo, de viajes entre Caracas y Maracay, en los que pudo interactuar con otros investigadores y ampliar sus conocimientos sobre las técnicas de investigación. Para ella, fue un deseo cumplido, pues anhelaba hacer su trabajo de grado en esa institución desde mucho antes, cuando tuvo la oportunidad de conocer sus instalaciones durante una visita que realizó como parte de unas pasantías que cumplió en Maracay, en la Universidad Central de Venezuela.

En el Inia estuvo bajo la tutela de Morela Fuchs, que hizo las veces de cotutora.

Para su trabajo en laboratorio cultivó clones de cambur manzano y pineo gigante, un trabajo que tuvo que repetir en tres oportunidades, hasta que logró tener éxito. Gracias a la investigación, pudo comprobar que las plantas tienen una mayor concentración de fenoles -sustancias antioxidantes que podrían tener relación con la acción terapéutica- en las hojas que en el seudotallo, posiblemente debido a que es allí donde ocurre la fotosíntesis, explica.

Sin embargo, dado que los fenoles podrían tener un efecto tóxico si se consumen en grandes cantidades, adquiere sentido que el conocimiento popular prefiera el uso del seudotallo como agente medicinal. Aclara que es necesaria mucha más investigación para efectivamente comprobar ese efecto. Una de las recomendaciones de su trabajo de grado es que deben realizarse nuevos estudios, con equipos de mayor sensibilidad, para determinar la concentración de fenoles en las plantas, su tipo y su cuantificación exacta.

Con la tesis, con la que obtuvo 20 mención publicación, Pérez comenzó con buen pie su carrera académica. Actualmente, continúa su formación con una maestría en Agroecología en la UNESR. Ha llevado los resultados de su tesis a varios encuentros científicos, entre ellos el Congreso Nacional de Mejoramiento Genético, donde obtuvo un premio en la categoría de póster. Mantiene el optimismo sobre las posibilidades de desarrollarse como científica en el país, aunque reconoce que las condiciones son precarias por la falta de recursos y de divisas, algo que ha podido corroborar al comparar la situación de los laboratorios nacionales con los de países como Brasil, que visitó para asistir a un encuentro internacional sobre musáceas.

Cualquiera podría pensar que su historia es la de una estudiante que alcanzó sin tropiezos sus metas, pero en realidad, aunque desde que tenía 5 años de edad decía que quería ser científica, confiesa que tuvo que reparar en bachillerato química y matemática y que, ya en pregrado, también tuvo que hacer esfuerzos adicionales en algunas de las asignaturas.

En principio, quiso estudiar ingeniería en la UCAB, pero luego, al ver que no tenía el promedio que se exigía, se decidió por la mención de Biología y Química de la carrera de Educación. «Cuando mis padres vinieron a inscribirme, yo lloraba porque les decía que  no estaba segura de tener éxito y mucha gente daba por sentado que, con mis antecedentes, no me iba a graduar». Ahora sonríe cuando recuerda esos momentos, convertida en un ejemplo de vocación y constancia.

(Publicado originalmente en El Ucabista)

Deja un comentario