La diáspora venezolana como oportunidad

De los más de los aproximadamente 7 millones de emigrantes venezolanos, 1,3 millones tienen título universitario y de postgrado, por lo que diversas voces proponen impulsar y consolidar redes de talentos en el extranjero que permitan activar proyectos e iniciativas concretas en beneficio del país.

Marielba Núñez

Crédito: Yuha park en Pixabay 

De acuerdo con las últimas cifras, más de 7 millones de personas se han visto forzadas a emigrar de Venezuela en los últimos años, lo que ha convertido al país en la segunda crisis de desplazamiento externo de mayor magnitud en el mundo, como la clasifica la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados. Las causas descansan en una emergencia humanitaria compleja, en la que confluyen la contracción económica, la violencia, el colapso de los servicios públicos y la falta de acceso a alimentos y medicinas.

Dentro de ese contingente, más de 1,3 millones de personas tienen título universitario y de postgrado, y más de 950.000 se han ubicado principalmente en cinco países: España, Estados Unidos, Chile, Perú y Colombia, señala Marianela Lafuente, ex viceministra de Planificación del Ministerio de Ciencia y Tecnología de Venezuela y actual vicepresidenta de la Academia Nacional de Ingeniería y Hábitat.

No hay cifras sobre la migración venezolana por parte del gobierno venezolano y ni siquiera un reconocimiento oficial sobre el fenómeno, por lo que el trabajo de Lafuente forma parte de los esfuerzos por caracterizarla. En 2020 publicó, junto con el ex ministro de Ciencia de Venezuela Carlos Genatios, el libro De fuga de cerebros a red de talentos que recogía su análisis sobre la composición de la diáspora y una serie de propuestas para integrarla a un plan de recuperación del país.

Sus estimaciones sobre la migración calificada fueron hechas cuando la cifra de emigrantes se calculaba en alrededor de cinco millones, así que, dado que el éxodo venezolano ha continuado, “esas cifras son hoy seguramente mayores”, advierte.

Otro dato que resalta en su investigación es la juventud de quienes han salido del país, “más de 50% tienen entre 20 y 39 años, una fuerza productiva de jóvenes y profesionales que son muy necesarios para reactivar la economía”. El resultado de la migración masiva ha sido un impacto muy grave sobre las capacidades del país para emprender un plan de desarrollo que permita salir de la difícil situación social y política, añade. 

“Por ejemplo, del total de médicos venezolanos, se estima que más de un 30% ha emigrado. En el sector educativo, más de 200.000 maestros han abandonado el sistema. En el sector universitario, hasta 2020 se estimaba que más del 40% de la planta profesoral universitaria había abandonado las universidades”, acota en su investigación.

Tomás Páez, profesor titular de la Universidad Central de Venezuela y coordinador del Observatorio de la Diáspora Venezolana, ha realizado un seguimiento a la presencia de venezolanos en 90 países y alrededor de 400 ciudades en todo el mundo.

Considera, sin embargo, que al hablar de migración de talento, es difícil restringirse únicamente a quienes tienen títulos universitarios y hay que incluir a quienes también emigraron debido al cierre o reducción de empresas.  

“La experiencia que alguien adquiere en una empresa, por ejemplo, en la industria petrolera, más allá de su grado universitario, vale tres, cuatro doctorados, y lo mismo ocurre con quienes han trabajado con empresas de alimentos, con la industria automotriz o en otras áreas”, comenta. “La innovación, y el desarrollo y la investigación se desarrollan igualmente en ese sector”.

Esfuerzos desde adentro y desde afuera

Una de las investigadoras que persevera en su labor en Venezuela es Jacqueline Richter, profesora titular en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UCV, donde es coordinadora de estudios a distancia. Señala que la fuga de cerebros comenzó a ser cada vez más evidente en su institución hace aproximadamente una década. 

“Comenzamos a recibir una serie de peticiones de permisos no remunerados por parte de profesores que salieron a buscar mejores condiciones de vida porque ya el sueldo nuestro hacía muy complicado para un profesor mantenerse”, señala.

Según un informe de junio de 2022 del Observatorio de Universidades, en 2001 los sueldos de profesores en las universidades nacionales venezolanas oscilaban entre aproximadamente 903 dólares mensuales para el instructor hasta 2.659 para un titular, el escalafón más alto dentro de la carrera universitaria. 

En la actualidad, el profesor titular recibe como salario base unos 100 dólares mensuales, la remuneración más baja de América Latina y el Caribe. “Muchos profesores dejaron de ir a la universidad porque prácticamente estaban pagando para dar clases”, apunta Richter.

La pandemia agudizó la pérdida de personal, añade. “El instituto de investigación al que pertenezco, que llegó a tener más de 20 investigadores, hoy no tiene ni ocho. Somos un instituto desmantelado. Es imposible hacer investigación si te quedas sin pares, no hay una biblioteca que te permita acceso a materiales actualizados. Quienes trabajan en laboratorios no pueden hacerlo porque ni siquiera hay implementos”. 

Señala que se hacen algunos esfuerzos por vincular a profesores que han emigrado a otros países, que han asumido algunas cátedras locales. Este año, en su centro cuentan con tres profesores que dictan algunas materias. “Para el que está afuera es fabulosa la posibilidad de dar clases porque mantiene un vínculo con el país y con sus estudiantes”.

Le preocupa, sin embargo, la ausencia de una formación de relevo. “Yo tengo 30 años de servicio, pero si me jubilo ni habría quien asumiera mis cátedras. Formé gente para ese relevo pero esa gente se fue. ¿Qué se le puede ofrecer a un joven? En mi caso tuve la oportunidad de una carrera, la posibilidad de ir a congresos, un buen sistema de salud, un buen seguro médico, pero hoy nada de eso existe”

Otra perspectiva la ofrece el físico Luis Núñez, investigador de la Universidad Industrial de Santander, en Bucaramanga, Colombia, institución en la que ahora desarrolla su carrera luego de haber sido profesor e investigador de la Universidad de Los Andes, en Mérida, Venezuela.

Núñez tomó la decisión de emigrar en el año 2010, cuando ya las condiciones comenzaban a ser difíciles. Señala que, sin embargo, vive esa lucha contra la migración de talento de “manera binacional”, porque retener estudiantes en el sistema científico colombiano es también una tarea ardua.

“En Venezuela nunca motivábamos a nadie a que se fuera, al contrario, fue la situación del país la que nos obligó a ser un país de emigrantes cuando siempre fuimos un país de inmigrantes”. En su caso, comenzó temprano, aproximadamente en 2008, una iniciativa por conectar a venezolanos desde el exterior, al crear redes con los estudiantes de doctorado que estaban incorporándose a una red conocida como Helen, que buscaba crear una comunidad de físicos de altas energías entre Europa y Latinoamérica.

A partir de allí surgió la iniciativa del Centro Virtual de Estudios de Altas Energías, Cevale2, a través del cual, un grupo de jóvenes científicos venezolanos formados en la Organización Europea de Investigación Nuclear, CERN, comenzó a dar clases en línea a estudiantes en Venezuela. “Armamos cursos de partículas elementales tanto en la ULA, como en la UCV como en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, se crearon cursos que no era fácil dar en Venezuela que los impartían miembros de la diáspora”.

En 2019 diseñaron otro proyecto, conocido como Laconga, la Alianza Latinoamericana para construir Capacidades en Física Avanzada, financianda con 1 millón de euros por la Unión Europea, que ya se ha expandido para incluir a 8 programas de maestrías en Física en el continente, dos en Venezuela, dos en Colombia, dos en Ecuador y dos en Perú. “Otra vez la diáspora veezolana se integra para construir proyectos que van más allá de Venezuela, porque ahora estamos integrando a otros”, agrega Núñez.

Páez, por su parte, indica que han comenzado a trabajar en una iniciativa denominada Red Global de la Diáspora Venezolana, que intentará articular el trabajo y fortalecer la gestión de 1.000 organizaciones de migrantes venezolanos que trabajan en distintos países alrededor del mundo, que han segmentado por áreas que incluyen ingeniería, educación, ambiente, salud mental, entre otras. “La diáspora es un activo de Venezuela, es la mejor reserva internacional que tiene el país, y está dispuesta a participar en su reconstrucción”.

Más ideas para la diáspora

Esfuerzos como Cevale2 y la Red Global de la Diáspora son pequeñas luces en un escenario que ha sido duro para las actividades de I+D en Venezuela, que según recuerda Lafuente siempre se han concentrado en las universidades, especialmente en las públicas. “La destrucción que hemos presenciado, tanto de las instalaciones como de la institucionalidad universitaria, ha impactado gravemente este sector, que nunca tuvo una situación ideal”. 

“La diáspora es un activo de Venezuela, es la mejor reserva internacional que tiene el país, y está dispuesta a participar en su reconstrucción”.

Tomás Páez

La propuesta que desarrolló en su libro planteaba, precisamente “dejar de concentrarse en la fuga de cerebros como problema, para pasar a construir oportunidades con ese talento. La estrategia es impulsar y consolidar redes de talentos en el extranjero que permitan activar proyectos e iniciativas concretas en beneficio del país”.

Esas redes de talento podían ser diversas, tanto académicas, como científicas, empresarias y de think tanks. “La visión estratégica para Venezuela es utilizar el talento de la diáspora como apoyo para fortalecer capacidades para un país con potencial de crecimiento, reconstrucción de instituciones y tejido empresarial, recuperar la educación superior y relanzar la I+D, preparar talento para retorno de capitales y llegada de multilaterales, y recuperar la calidad de vida en el país”, explica.

Para que el plan tenga éxito se requiere de una institucionalidad mínima. “Hay que ir creando y fortaleciendo una red de instituciones u organismos, que pueden ser públicos, privados o mixtos, para brindar apoyo a los programas y proyectos de la diáspora. Las fortalezas institucionales son claves para el éxito de los programas y su sostenibilidad”.

Con ello coincide Richter, para quien es necesario un cambio de políticas públicas en Venezuela: “Debemos pensar en algún tipo de relación institucional con nuestra diáspora. Hasta el momento lo hemos estado haciendo a nivel de relaciones personales y debe haber una política estatal y de gerencia universitaria”. 

Lea más sobre el impacto de la emigración de talento, con datos incluidos en este reportaje, en el especial: Fuga de cerebros: desafíos de la pospandemia en SciDev.Net.

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